8 de abril de 2013

¿Nuevos senderos en la crisis de la escuela?


Alfredo Villegas Ortega

Judith Polgar y su hermana fueron excluidas de la escuela por sus propios padres. Éstos se encargaron de educarlas y proporcionarles lo básico y aun más. ¿Quién son estas dos mujeres? Campeonas de ajedrez que desfilan por el mundo y derrochan talento y capacidad, muy por encima, del promedio universal de inteligencia. Hay un hecho: no necesitaron de la escuela. ¿Qué ya venían con un don natural? ¿Qué era parte de su chip genético? Tal vez. ¿Que muchos pobres sin escuela quedan desamparados ante la voracidad de los dueños del planeta? Es un hecho. ¿Dónde, entonces, está el secreto, la necesidad o la magia de la escuela como institución capaz de promover inteligencias? ¿Estará escondido en alguna parte? ¿Sólo algunas lo logran? ¿De qué depende? ¿De su origen, de sus recursos, de sus maestros, de sus programas, de sus instalaciones, de su organización, de su sector social, de sus alumnos? No tengo la respuesta a dichas interrogantes. Sólo eso, preguntas que esperan la lectura oportuna e inteligente que sirva para sacudir a nuestras instituciones desde la raíz y se puedan reencauzar, refundar, resignificar.

Porque hay otro hecho: la escuela, hoy, está en crisis. ¿Qué debe promover? ¿Hacia dónde caminar? ¿Cómo responder, por ejemplo, a las necesidades y expectativas de las clases sociales más bajas? ¿Qué debe ofertar para resultar creíble, viable, útil a los jóvenes, a los pobres? ¿Con un discurso acartonado? ¿Por qué en algunas escuelas, los alumnos han asaltado la autoridad escolar? ¿Cuándo y por qué la escuela dejó de ser la escuela? ¿O lo sigue siendo siempre? ¿Qué debe hacer la escuela en las zonas marginadas y violentas, ante alumnos agresivos que acuden a ella más como una inercia que con un verdadero espíritu de integración y aprendizaje? ¿Dónde quedan Piaget y Vigotski? ¿Dónde Rousseau y Durkheim? ¿Por qué otras escuelas sólo funcionan bajo la lógica del garrote, el miedo, la sanción y el terror? Escuelas, éstas, sin ápice de virtud y sólo espacios alienantes donde los jóvenes, son vistos como animalitos que hay que domesticar, controlar. ¿Valen las frías y —muchas veces— descontextualizadas, recetas pedagógicas si no pensamos en el eventual poder de transformación que tiene la escuela? ¿Hay que curar, primero, a la sociedad o es la escuela la que debe promover la salud social? ¿Basta una reforma educativa que sólo atienda lo pedagógico sin pensar en otras variables? La escuela tiene una gran responsabilidad en el tipo de sociedad descompuesta en la que vivimos. Pero también es una víctima más de la indiferencia gubernamental, la competencia desleal de los medios que la crucifican y exhiben y de un sindicato mafioso que se las arregla para negociar con el poder del que, al mismo tiempo, es parte,. Mientras, la urgencia por ventilar nuestras instituciones, por convertirlas en recintos éticos y promotores de movilidad social, deberá esperar. El ejército de desempleados crece. Y crece más, curioso, en los que están más educados. Porque sus conocimientos no se corresponden con el mercado y éste no les ofrece lo que quisieran. Para los que menos saben, los que fueron excluídos desde antes, hay más, aunque muy insuficientes, oportunidades de trabajo: salario mínimo, enajenación, limitadas expectativas más allá de ello: No hay promoción social, si acaso supervivencia miserable. ¿Qué podemos ofrecer?

Ni toda la verdad está en la escuela, ni ésta es capaz, por sí misma, de proyectar hacia adelante a sus egresados. La escuela, hoy, es un recinto en el que se promueve parte de la verdad. Ya no es la depositaria única del conocimiento. Ni la iglesia, ni la familia. Hoy, los jóvenes encuentran en muchas partes esas verdades, esas ventanas abiertas para acceder a otros mundos para crecer. No siempre es así, por desgracia. Las nuevas tecnologías están ahí, sin títulos ni licencias. Se ofrecen al mejor postor. Forman parte de un mercado interesante para los jóvenes. A veces, son un gancho para alienar conciencias, para explotar a los niños, para despojarlos del pensamiento crítico y analítico. Mucho de lo que circula ahí es basura. Pero ahí están y son, con frecuencia, seductoras, alienantes. También, a veces, ayudan a resolver muchas tareas de una manera amplia y diversa, tanto que ni el maestro más culto, ni la institución más reconocida podrían hacerlo. ¿Cómo acceder a ese capital?

Los maestros deben, entonces, acceder a esos medios, revisarlos, analizarlos, utilizarlos. De otra manera corremos el riesgo de ser desplazados pues, se afirma, los contenidos —eventual y potencialmente— serán todos aquellos que se produzcan en cualquier rincón del planeta. La escuela desbordada de sus aulas por las redes. Internet la nueva ruta hacia el conocimiento. ¿Y la socialización? ¿Escuela viva hoy? Sí, a pesar de todo. Sí, a pesar de su acartonamiento. Sí (en otros casos), a pesar de su dependencia del mercado.

La escuela está en crisis. Los saberes están en muchas partes. La sociedad está en crisis y la escuela es un reflejo de ello. ¿Cambio estructural primero o escuela refundada para promover los cambios necesarios? Parece que un verdadero cambio social debe apuntar a una refundación de la escuela al tiempo que crezca la oferta laboral, las expectativas, se cumpla la ley y podamos vivir en una democracia genuina. ¿Dónde quedamos los ciudadanos en las disputas por el poder? Buscar el cambio desde un solo lado, es más difícil. No puede sola la escuela si no tiene los apoyos necesarios. Pero, también, desde éstas hay que refrendar el compromiso social que tenemos los maestros. Entre tanto, cada docente responsable y comprometido debe hacer de sus clases un espacio en el que se promueva lo que siempre se ha esperado de la escuela y lo haga compatible con una visión y revisión más amplia de lo que ocurre fuera de sus muros, de sus planes, de sus programas.

No toda es nuestra responsabilidad. ¿Víctimas o cómplices? Las crisis, se dice, son una oportunidad para encontrar nuevos sentidos. Reorientemos, como maestros, lo que esté a nuestro alcance y promovamos, como ciudadanos, los cambios democráticos que promuevan una sintonía escuela-sociedad como reclaman los tiempos actuales.


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