8 de abril de 2013

De la inseguridad en un preescolar de Reynosa, Tamaulipas

Yadira Guadalupe Olvera de la Garza
Pablo Picasso Masacre en Corea 1951
Hace no mucho tiempo, para ser más precisos en un día del pasado mes de agosto, ya acercándose la fecha para entrar a clases, una joven madre de familia y su hija fueron a recoger la lista de útiles escolares para el próximo ciclo en un pequeño kínder particular de la incierta ciudad fronteriza de Reynosa en Tamaulipas. Platicando con la madre de la niña, me comenta que los nuevos vecinos que se instalaron, mejor dicho, se apropiaron de la casa abandonada de la esquina: unos jovencitos no mayores de 18 años que eventualmente la habitan y que se dedican al comercio de sustancias exhortas; la habían molestado en varias ocasiones con algunos piropos no muy apropiados y se le habían también aproximado a su carro cuando iba a dejar o recoger a su niña.
Me quedé muy sorprendida, yo ingenuamente pensaba que por estar una escuela de educación básica ubicada a unos 5 metros de ese lugar, se alejarían como algunas veces sucede para buscar otro punto de venta, pero para mi sorpresa se quedaron… ¡y lo peor es que no hay quien los pueda correr!
Ellos nunca me han molestado, (ni a mis compañeras), casi ni voltean a verme, tal vez, como los respeto pues ellos también hasta ahorita…
Lo que me dejó más preocupada fue el otro comentario que hizo la madre de nuestra pequeña alumna: “Tengo miedo… pues ellos siempre están vigilando… y como yo vengo sola con mi niña… ya conocen mi carro y desde que venía se acercaron, podrían estar esperándome, porque ya están aquí sobre la banqueta de la escuela”.
—¿Cómo?… ¿Usted piensa que podrían estar aquí afuera sentados en la banqueta de la escuela? Le pregunté.
—Siiiii!
-Contestó.
—¡No puede ser! ¡No tienen respeto!¡Tendremos que buscar estrategias de seguridad para ustedes! No se preocupe señora algún programa podremos y debemos de implementar para este ciclo… esto lo comunicaré con mis superiores. —le contesté.
Y entonces como si fuera yo una guardaespaldas acompañé a la madre de familia y a su hija a la puerta del colegio para abrir el candado que obviamente siempre está cerrado, pero en esta ocasión me armé de valor y me salí a la banqueta para cerciorarme de los hechos. Caminé unos pasos y al voltear la esquina los miré, me sorprendí al encontrarlos pero ellos se sorprendieron mas al verme, creo que nunca pensaron que yo me atrevería a salir hasta la calle, sólo pensaban ver a la joven mamá, pero salí yo a protegerla.
Y fue así como los vi cara a cara, eran dos jovencitos, casi niños… uno sentado en una silla blanca de plástico hablando por radio y el otro a un lado recargado en la barda, en la barda de la escuela… Tan tranquilos como si estuvieran en una plaza esperando a los amigos o a la novia.
En ese momento no les dije nada sólo los miré, sin miedo, con un poco de indiferencia y ellos inmediatamente se alejaron un poco…
Me di la vuelta dándoles la espalda para despedir a la señora y alcé mi mano diciendo adiós a la niña, mientras sentía dentro de mí un coraje y una impotencia por no poder hacer nada, quería correrlos a patadas de ahí…
Cuando el carro se alejó, me volteé nuevamente para encararlos y ellos aun seguían ahí, uno caminando como en círculos medio nervioso y el otro continuaba hablando por radio…
Nuevamente me armé de valor y con una sonrisa y un tono muy amable les dije: “Si les puedo encargar… aun no acababa de terminar mi petición cuando me interrumpe el joven de la radio: “sí ya nos vamos” como si estuviera apenado por haber hecho algo incorrecto… y tomó la silla para retirarse.
Con otra sonrisa un poco más sincera les dije “¡Gracias!” y entré nuevamente a la escuela contenta y satisfecha como si hubiera dominado al enemigo, pero sabemos que no es así… Sólo conseguí un poco de respeto. Pero ¿por cuánto tiempo?
Han pasado ya seis meses. Y los vecinos continúan con su trabajo y yo con el mío, al parecer no aprendieron la lección pues todavía se acercan a la barda de la escuela (que ahora ya es más alta y segura por supuesto). A pesar de ya no han molestado a ninguna madre o padre de familia, continúan acercándose por las tardes.
Lo peor del caso no es eso, ahora es su punto de reunión por las mañanas, llegando a esa esquina hasta tres o cuatro camionetas cerradas, último modelo llenas de muchachos inexpertos (se observan entre 14 y 16 años aproximadamente 8 o 10 jóvenes por vehículo) que se muestran orgullosos de encontrarse en ese ambiente y presumen como si hubieran sido los elegidos para una misión especial, (pobres “conejillos de indias” porque son los primeros que darán la cara en los encuentros y balaceras…)
Por si fuera poco también almuerzan todos ahí, en un puesto de tacos y gorditas que al menos son más buenas que los que las compran… Me ha tocado verlos y estar frente a ellos a escasos cinco metros de distancia que es lo que están de retirado de la puerta de la escuela y ¡no lo puedo creer! ¡Ya no les tengo miedo! Claro, todavía no soy capaz de encararlos y correrlos aunque ganas no me faltan, pero no soy tonta… Y es que, me temo, es algo que se está volviendo cotidiano, ver a adolescentes, casi niños, cargar armas reales como si fueran de juguete en la vía pública, a cualquier hora del día.
Podría asegurar que no soy la única maestra en Reynosa a la que le sucede esto, en realidad es alarmante la situación. Existen muchísimos casos como éste. ¿Qué podemos hacer en esta situación tan tensa? ¿Qué pueden hacer una directora y las maestras de un preescolar? Desearía que al hacerme la pregunta: ¿y ahora quién podrá defendernos? apareciera algún defensor: el Chapulín Colorado, Batman, Superman o quién fuera, pero la realidad es otra. Y mientras tanto, tal vez lo más conveniente sea seguir siendo amables, respetuosos y mostrar educación ante ellos, y fortalecer nuestros procesos educativos con los niños que tenemos a nuestro cargo. Y mientras tanto, que Dios nos ampare.

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