Yadira
Guadalupe Olvera de la Garza
Pablo Picasso Masacre en Corea 1951 |
Hace no
mucho tiempo, para ser más precisos en un día del pasado mes de agosto, ya
acercándose la fecha para entrar a clases, una joven madre de familia y su hija
fueron a recoger la lista de útiles escolares para el próximo ciclo en un
pequeño kínder particular de la incierta ciudad fronteriza de Reynosa en
Tamaulipas. Platicando con la madre de la niña, me comenta que los nuevos
vecinos que se instalaron, mejor dicho, se apropiaron de la casa abandonada de
la esquina: unos jovencitos no mayores de 18 años que eventualmente la habitan
y que se dedican al comercio de sustancias exhortas; la habían molestado en
varias ocasiones con algunos piropos no muy apropiados y se le habían también
aproximado a su carro cuando iba a dejar o recoger a su niña.
Me quedé muy
sorprendida, yo ingenuamente pensaba que por estar una escuela de educación
básica ubicada a unos 5 metros de ese lugar, se alejarían como algunas veces sucede
para buscar otro punto de venta, pero para mi sorpresa se quedaron… ¡y lo peor
es que no hay quien los pueda correr!
Ellos nunca
me han molestado, (ni a mis compañeras), casi ni voltean a verme, tal vez, como
los respeto pues ellos también hasta ahorita…
Lo que me
dejó más preocupada fue el otro comentario que hizo la madre de nuestra pequeña
alumna: “Tengo miedo… pues ellos siempre están vigilando… y como yo vengo sola
con mi niña… ya conocen mi carro y desde que venía se acercaron, podrían estar
esperándome, porque ya están aquí sobre la banqueta de la escuela”.
—¿Cómo?… ¿Usted piensa que podrían estar aquí afuera sentados en la banqueta de la escuela? Le pregunté.
—Siiiii!-Contestó.
—¡No puede ser! ¡No tienen respeto!¡Tendremos que buscar estrategias de seguridad para ustedes! No se preocupe señora algún programa podremos y debemos de implementar para este ciclo… esto lo comunicaré con mis superiores. —le contesté.
—¿Cómo?… ¿Usted piensa que podrían estar aquí afuera sentados en la banqueta de la escuela? Le pregunté.
—Siiiii!-Contestó.
—¡No puede ser! ¡No tienen respeto!¡Tendremos que buscar estrategias de seguridad para ustedes! No se preocupe señora algún programa podremos y debemos de implementar para este ciclo… esto lo comunicaré con mis superiores. —le contesté.
Y entonces
como si fuera yo una guardaespaldas acompañé a la madre de familia y a su hija
a la puerta del colegio para abrir el candado que obviamente siempre está
cerrado, pero en esta ocasión me armé de valor y me salí a la banqueta para
cerciorarme de los hechos. Caminé unos pasos y al voltear la esquina los miré,
me sorprendí al encontrarlos pero ellos se sorprendieron mas al verme, creo que
nunca pensaron que yo me atrevería a salir hasta la calle, sólo pensaban ver a
la joven mamá, pero salí yo a protegerla.
Y fue así
como los vi cara a cara, eran dos jovencitos, casi niños… uno sentado en una
silla blanca de plástico hablando por radio y el otro a un lado recargado en la
barda, en la barda de la escuela… Tan tranquilos como si estuvieran en una
plaza esperando a los amigos o a la novia.
En ese
momento no les dije nada sólo los miré, sin miedo, con un poco de indiferencia
y ellos inmediatamente se alejaron un poco…
Me di la
vuelta dándoles la espalda para despedir a la señora y alcé mi mano diciendo
adiós a la niña, mientras sentía dentro de mí un coraje y una impotencia por no
poder hacer nada, quería correrlos a patadas de ahí…
Cuando el
carro se alejó, me volteé nuevamente para encararlos y ellos aun seguían ahí,
uno caminando como en círculos medio nervioso y el otro continuaba hablando por
radio…
Nuevamente
me armé de valor y con una sonrisa y un tono muy amable les dije: “Si les puedo
encargar… aun no acababa de terminar mi petición cuando me interrumpe el joven
de la radio: “sí ya nos vamos” como si estuviera apenado por haber hecho algo
incorrecto… y tomó la silla para retirarse.
Con otra
sonrisa un poco más sincera les dije “¡Gracias!” y entré nuevamente a la
escuela contenta y satisfecha como si hubiera dominado al enemigo, pero sabemos
que no es así… Sólo conseguí un poco de respeto. Pero ¿por cuánto tiempo?
Han pasado ya
seis meses. Y los vecinos continúan con su trabajo y yo con el mío, al parecer
no aprendieron la lección pues todavía se acercan a la barda de la escuela (que
ahora ya es más alta y segura por supuesto). A pesar de ya no han molestado a
ninguna madre o padre de familia, continúan acercándose por las tardes.
Lo peor del
caso no es eso, ahora es su punto de reunión por las mañanas, llegando a esa
esquina hasta tres o cuatro camionetas cerradas, último modelo llenas de
muchachos inexpertos (se observan entre 14 y 16 años aproximadamente 8 o 10
jóvenes por vehículo) que se muestran orgullosos de encontrarse en ese ambiente
y presumen como si hubieran sido los elegidos para una misión especial, (pobres
“conejillos de indias” porque son los primeros que darán la cara en los
encuentros y balaceras…)
Por si fuera
poco también almuerzan todos ahí, en un puesto de tacos y gorditas que al menos
son más buenas que los que las compran… Me ha tocado verlos y estar frente a
ellos a escasos cinco metros de distancia que es lo que están de retirado de la
puerta de la escuela y ¡no lo puedo creer! ¡Ya no les tengo miedo! Claro,
todavía no soy capaz de encararlos y correrlos aunque ganas no me faltan, pero
no soy tonta… Y es que, me temo, es algo que se está volviendo cotidiano, ver a
adolescentes, casi niños, cargar armas reales como si fueran de juguete en la
vía pública, a cualquier hora del día.
Podría
asegurar que no soy la única maestra en Reynosa a la que le sucede esto, en
realidad es alarmante la situación. Existen muchísimos casos como éste. ¿Qué
podemos hacer en esta situación tan tensa? ¿Qué pueden hacer una directora y
las maestras de un preescolar? Desearía que al hacerme la pregunta: ¿y ahora
quién podrá defendernos? apareciera algún defensor: el Chapulín Colorado,
Batman, Superman o quién fuera, pero la realidad es otra. Y mientras tanto, tal
vez lo más conveniente sea seguir siendo amables, respetuosos y mostrar
educación ante ellos, y fortalecer nuestros procesos educativos con los niños
que tenemos a nuestro cargo. Y mientras tanto, que Dios nos ampare.
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