1 de octubre de 2013

La niña de los grandes ojos negros (Cuento)

Fidel Silva Flores

Se presentó un día  de septiembre en el salón de clases con sus grandes ojos negros que todo veían, sola y con un cuaderno estropeado en su mano derecha y con viejo lápiz mordido en la goma de borrar en la izquierda. Salí en busca de su mama y  no la encontré,  de momento pensé que la niña, era una aparición, una niña estudiante siempre se presenta con algún familiar que lleva sus documentos en mano para inscribirla en el grado correspondiente. Me sorprendió su valor y al preguntarle el porque nos honraba con su visita, me dijo de manera directa viéndome a los ojos, -porque esté salón me gusta, esta silencioso y todos se encuentran estudiando con sus libros y cuadernos -. Le permití quedarse con nosotros ese día. En unos instantes más le preguntaría a la trabajadora manual a cargo de la puerta, como  una niña aparecía así de improviso en la planta alta de la escuela y al C. director del plantel  cuales eran los pasos a seguir. La niña enseguida se incorporó a la clase, tomó el dictado de  manera adecuada y su letra se entendía al primer vistazo; en tercer año se requieren varios conocimientos, hábitos y actitudes fundamentales en el desarrollo del alumno. La niña conocía los libros del grado, los procedimientos empleados en el aprendizaje de las materias y respondía de manera adecuada a las preguntas que a todo el grupo en general y a la niña en particular se les hacía. Era una pequeña que a pesar de no traer papeles oficiales,  se encontraba en su elemento en  el grado correspondiente. Al toque del timbre que marcaba el inicio  del recreo vespertino, me acerqué al director que estaba al frente de la institución quien,   extrañado por la novedad, me interrogó a su vez por la aparición de esa niña misteriosa que había pasado por la dirección y no fue  detectada pese a que la autoridad escolar se encontraba en esa tarde laborando en el recinto que ocupaba el centro de mando escolar. Preocupados los dos, no acercamos a la niña que fácilmente se había integrado con sus compañeros con quienes jugaba de manera  alegre con la fuerza de su niñez. La niña nos explicó:- cuando no deseo que me vean, cierro un momento los ojos y deseo que no me miren, paso frente a la gente sin pensar en ellos y no me ven, lo hago como me enseñó mi a abuelita que es la “curandera” de mi pueblo que esta allá por Oaxaca, al sur de México. Mi tía que vive aquí en la ciudad me dijo que buscara la escuela de mi agrado, al otro día vendrá conmigo para apuntarme, por eso, cuando una señora con niños chiquitos salió por la puerta principal, me introduje para revisar sí la escuela, el patio el salón, el salón de tercero y el maestro me gustaban; maestro director, quiero decirle que su escuela es muy bonita dan ganas de estudiar y estar en ella. Mañana le voy a decir  a mi tía que me inscriba aquí-.

Por supuesto la pequeña, en el sentido literal de la palabra,( muy menudita)  se quedó con nosotros, era una niña que en lugar del uniforme reglamentario,  se presentaba con la ropa típica de su pueblo, de vez en cuando, hablaba y escribía un idioma que nadie entendía, era bilingüe en su ser y actuar. Todos la querían  porque mostraba tal confianza y “don de gentes” que nadie se extrañaba de su forma de hablar y de vestir. A veces nos convidaba de la comida que traía, ricos platillos que su tía, conforme a las traiciones de su pueblo, preparaba ayudada por los molcajetes, ollas de barro, metate, etc.  en donde utilizaba los ingredientes necesarios para darle el sabor adecuado. Lupita, así se llamaba,  era una alumna que a veces mostraba un carácter firme y preciso, no se dejaba intimidar por nadie, fuera chico o grande  y lo hacía ver con palabras y movimientos rudos. Nunca se peleó físicamente con ninguna de sus compañera, generalmente las apoyaba con su sabiduría ancestral y nunca permitió que alguna de sus amigas se peleará con otra de sus amigas, siempre las reconciliaba de manera  amistosa.

Cuando tenía problemas educativos  algún alumno, ella como jefa de grupo no permitía  que el profesor “cara de piedra” abusara de los derechos de los niños. Era una joven infatigable, en su casa ayudaba a los quehaceres y se daba tiempo para hacer mandados y actividades que le redituaban algo de dinero. Le gustaba el canto y cuando estaba empeñada en sus labores de estudio en el plantel, cantaba en voz baja canciones  en su idioma original. Con  el paso del tiempo, muchos alumnos de otros grados le pudieron lo hiciera en voz alta en el patio escolar, así era de buena su voz que entonaba cantos añejos y antiguos que sólo ella entendía; complacida les enseñaba la letra y, les pedía la acompañarán. Era una niña pequeña considerando su edad pero ello no le intimidaba. Más que sus compañeros era feliz y lo demostraba a cada momento, como jefa de grupo, estaba al pendiente de todo, tenía un ojo clínico cuando un compañero afrontabaalgún problema familiar  me aconsejaba, - maestro dígale palabras amistosa a fulano o fulanita de tal de tal, atraviesa un gran pena,  le hace falta unas palabras cariñosas,  su mama la castigó porque no le quiso traer  los cigarros que le mandó comprar -, la niña estaba en todo y con todos.

Cierto día de marzo, frio en extremo, la niña me sorprendió; era el momento de los disfraces y cada uno de los presentes, con el material que tenían a la mano, se disfrazaban como querían; existían piratas, aves, ángeles, cigüeñas con sus bebes a cuestas,  super hombres y por supuesto super mujeres, arañas patonas, zombies, frankesteins,  y una gran gama de disfraces no conocidos pero que amablemente nos explicaban. La niña, allá al fondo del salón, caminaba lentamente hacia mi persona balanceando sus brazos y pies, portaba un gran antifaz rojo; en lo que debía ser los huecos para los ojos, aparecían dos espacios diminutos  alargados. Al pedirle me explicara el porqué de su disfraz, me dijo en voz baja: - quiero ver el mundo que usted ve con sus ojos pequeños y su cara roja-. Acto seguido continuó su caminar y tocando las paredes y mesa bancos, fingía tropezarse;  su maestro solo veía la mitad del mundo. Bien a lo ancho pero  la mitad a lo alto. Enseguida, para continuar su juego, abrí lo más que pude mis pequeños ojos para ver el mundo que ella veía;  así capté como la niña observaba  el mundo maravilloso que muchos no vemos en nuestra prisa por vivir. Jugando, nos perseguimos y nos integramos al mundo infantil de sus compañeros. Notamos enseguida, como nuestra aula se animaba con el calor humano.     

Una sola vez la vi solitaria, allá por los sextos años, en la planta alta; observaba con singular ahínco el horizonte que mostraba colores alegres y a  los pájaros que revoloteaban cerca del plantel; imitaba el vuelo de las aves con sus manos, como si quisiera volar, al mismo tiempo, se escuchaba su voz  melodiosa entonando un canto nostálgico. No quise interrumpirla en su comunión con la naturaleza pese a que estaba en un sitio reservado a los mayores.

 Una tarde lluviosa no llegó a clases, pregunté por ella y nadie me dio razón el porqué había faltado; me dijeron que era misteriosa; al salir de la escuela y entrar a su casa, muchas veces  no se le veía.
Como  el martes también faltó, me atrevía a ir a su casa, la estaban velando y su pequeño cuerpo,  estaba en una pequeña caja blanca de madera; en la mesa en la cual se encontraba, estaba adornada con flores blancas; su cara de niña con sus grandes ojos negros  cerrados; estaba tranquila, como si estuviera dormida. No supe que hacer, sólo lloré frente a ella y toqué su frente fría, a pesar de ello, sentí que estaba con nosotros, era una especie de compañía que en todo momento percibí, como que se había “salido” de su cuerpo pero estaba a mi lado, como cuando me aconsejaba en voz baja.

Ahí me enteré de todo, la niña cuando llegó a la escuela ya estaba muy enferma, tenía leucemia en su fase avanzada, ella lo sabía pero a nadie de sus compañeros o maestro se lo dijo, no le gustaba sentirse diferente. Le di mis condolencias a su tía quien las aceptó con esa sabiduría de gente sabía de pueblo, me comentó: - era su maestro preferido, hablaba mucho de usted en todo momento; llegue a sentirme celosa, ya que aparentemente lo estimaba más que a mí. En usted veía al padre que nunca conoció, su mamá,  mi hermana, me la envío para un tratamiento en el hospital de la Ciudad de México; al final las transfusiones de sangre a que era sometida le permitieron vivir un tiempo más -.
Al otro día la acompañamos una gran cantidad de alumnos, padres de familia y maestros al cementerio civil. Hubo resignación y apoyo solidario.

Nunca le agradecí en vida su apoyo y confianza, pienso que lo sabía pero debí decírselo, existen palabras que deben expresarse en voz alta. Ahora gracias a su ejemplo, me permito hacerlo con la gente con la cual convivo. Una niña nacida en el estado maravilloso de Oaxaca, al sur de México, le dijo a un hombre nacido en el norte de la República, que es importante apoyar con la palabra y la acción  a quienes nos rodean. Dos regiones tan diferentes en usos y costumbres y tan parecidos a la vez. Personas tan diferentes y tan parecidas a la vez.
Duerme en paz mi niña querida.

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