Fidel Silva Flores
Se
presentó un día de septiembre en el
salón de clases con sus grandes ojos negros que todo veían, sola y con un
cuaderno estropeado en su mano derecha y con viejo lápiz mordido en la goma de
borrar en la izquierda. Salí en busca de su mama y no la encontré, de momento pensé que la niña, era una aparición,
una niña estudiante siempre se presenta con algún familiar que lleva sus
documentos en mano para inscribirla en el grado correspondiente. Me sorprendió
su valor y al preguntarle el porque nos honraba con su visita, me dijo de
manera directa viéndome a los ojos, -porque esté salón me gusta, esta
silencioso y todos se encuentran estudiando con sus libros y cuadernos -. Le
permití quedarse con nosotros ese día. En unos instantes más le preguntaría a
la trabajadora manual a cargo de la puerta, como una niña aparecía así de improviso en la
planta alta de la escuela y al C. director del plantel cuales eran los pasos a seguir. La niña
enseguida se incorporó a la clase, tomó el dictado de manera adecuada y su letra se entendía al
primer vistazo; en tercer año se requieren varios conocimientos, hábitos y
actitudes fundamentales en el desarrollo del alumno. La niña conocía los libros
del grado, los procedimientos empleados en el aprendizaje de las materias y
respondía de manera adecuada a las preguntas que a todo el grupo en general y a
la niña en particular se les hacía. Era una pequeña que a pesar de no traer
papeles oficiales, se encontraba en su
elemento en el grado correspondiente. Al
toque del timbre que marcaba el inicio del
recreo vespertino, me acerqué al director que estaba al frente de la
institución quien, extrañado por la
novedad, me interrogó a su vez por la aparición de esa niña misteriosa que
había pasado por la dirección y no fue
detectada pese a que la autoridad escolar se encontraba en esa tarde
laborando en el recinto que ocupaba el centro de mando escolar. Preocupados los
dos, no acercamos a la niña que fácilmente se había integrado con sus
compañeros con quienes jugaba de manera
alegre con la fuerza de su niñez. La niña nos explicó:- cuando no deseo
que me vean, cierro un momento los ojos y deseo que no me miren, paso frente a
la gente sin pensar en ellos y no me ven, lo hago como me enseñó mi a abuelita
que es la “curandera” de mi pueblo que esta allá por Oaxaca, al sur de México.
Mi tía que vive aquí en la ciudad me dijo que buscara la escuela de mi agrado,
al otro día vendrá conmigo para apuntarme, por eso, cuando una señora con niños
chiquitos salió por la puerta principal, me introduje para revisar sí la
escuela, el patio el salón, el salón de tercero y el maestro me gustaban;
maestro director, quiero decirle que su escuela es muy bonita dan ganas de
estudiar y estar en ella. Mañana le voy a decir
a mi tía que me inscriba aquí-.
Por
supuesto la pequeña, en el sentido literal de la palabra,( muy menudita) se quedó con nosotros, era una niña que en
lugar del uniforme reglamentario, se
presentaba con la ropa típica de su pueblo, de vez en cuando, hablaba y
escribía un idioma que nadie entendía, era bilingüe en su ser y actuar. Todos
la querían porque mostraba tal confianza
y “don de gentes” que nadie se extrañaba de su forma de hablar y de vestir. A
veces nos convidaba de la comida que traía, ricos platillos que su tía,
conforme a las traiciones de su pueblo, preparaba ayudada por los molcajetes,
ollas de barro, metate, etc. en donde
utilizaba los ingredientes necesarios para darle el sabor adecuado. Lupita, así
se llamaba, era una alumna que a veces
mostraba un carácter firme y preciso, no se dejaba intimidar por nadie, fuera
chico o grande y lo hacía ver con
palabras y movimientos rudos. Nunca se peleó físicamente con ninguna de sus
compañera, generalmente las apoyaba con su sabiduría ancestral y nunca permitió
que alguna de sus amigas se peleará con otra de sus amigas, siempre las
reconciliaba de manera amistosa.
Cuando
tenía problemas educativos algún alumno,
ella como jefa de grupo no permitía que
el profesor “cara de piedra” abusara de los derechos de los niños. Era una
joven infatigable, en su casa ayudaba a los quehaceres y se daba tiempo para
hacer mandados y actividades que le redituaban algo de dinero. Le gustaba el
canto y cuando estaba empeñada en sus labores de estudio en el plantel, cantaba
en voz baja canciones en su idioma
original. Con el paso del tiempo, muchos
alumnos de otros grados le pudieron lo hiciera en voz alta en el patio escolar,
así era de buena su voz que entonaba cantos añejos y antiguos que sólo ella entendía;
complacida les enseñaba la letra y, les pedía la acompañarán. Era una niña
pequeña considerando su edad pero ello no le intimidaba. Más que sus compañeros
era feliz y lo demostraba a cada momento, como jefa de grupo, estaba al
pendiente de todo, tenía un ojo clínico cuando un compañero afrontabaalgún
problema familiar me aconsejaba, -
maestro dígale palabras amistosa a fulano o fulanita de tal de tal, atraviesa
un gran pena, le hace falta unas palabras
cariñosas, su mama la castigó porque no le
quiso traer los cigarros que le mandó
comprar -, la niña estaba en todo y con todos.
Cierto
día de marzo, frio en extremo, la niña me sorprendió; era el momento de los
disfraces y cada uno de los presentes, con el material que tenían a la mano, se
disfrazaban como querían; existían piratas, aves, ángeles, cigüeñas con sus
bebes a cuestas, super hombres y por
supuesto super mujeres, arañas patonas, zombies, frankesteins, y una gran gama de disfraces no conocidos pero
que amablemente nos explicaban. La niña, allá al fondo del salón, caminaba
lentamente hacia mi persona balanceando sus brazos y pies, portaba un gran
antifaz rojo; en lo que debía ser los huecos para los ojos, aparecían dos
espacios diminutos alargados. Al pedirle
me explicara el porqué de su disfraz, me dijo en voz baja: - quiero ver el
mundo que usted ve con sus ojos pequeños y su cara roja-. Acto seguido continuó
su caminar y tocando las paredes y mesa bancos, fingía tropezarse; su maestro solo veía la mitad del mundo. Bien
a lo ancho pero la mitad a lo alto.
Enseguida, para continuar su juego, abrí lo más que pude mis pequeños ojos para
ver el mundo que ella veía; así capté
como la niña observaba el mundo
maravilloso que muchos no vemos en nuestra prisa por vivir. Jugando, nos
perseguimos y nos integramos al mundo infantil de sus compañeros. Notamos
enseguida, como nuestra aula se animaba con el calor humano.
Una
sola vez la vi solitaria, allá por los sextos años, en la planta alta;
observaba con singular ahínco el horizonte que mostraba colores alegres y
a los pájaros que revoloteaban cerca del
plantel; imitaba el vuelo de las aves con sus manos, como si quisiera volar, al
mismo tiempo, se escuchaba su voz
melodiosa entonando un canto nostálgico. No quise interrumpirla en su
comunión con la naturaleza pese a que estaba en un sitio reservado a los
mayores.
Una tarde lluviosa no llegó a clases, pregunté
por ella y nadie me dio razón el porqué había faltado; me dijeron que era
misteriosa; al salir de la escuela y entrar a su casa, muchas veces no se le veía.
Como el martes también faltó, me atrevía a ir a su
casa, la estaban velando y su pequeño cuerpo,
estaba en una pequeña caja blanca de madera; en la mesa en la cual se
encontraba, estaba adornada con flores blancas; su cara de niña con sus grandes
ojos negros cerrados; estaba tranquila,
como si estuviera dormida. No supe que hacer, sólo lloré frente a ella y toqué
su frente fría, a pesar de ello, sentí que estaba con nosotros, era una especie
de compañía que en todo momento percibí, como que se había “salido” de su
cuerpo pero estaba a mi lado, como cuando me aconsejaba en voz baja.
Ahí
me enteré de todo, la niña cuando llegó a la escuela ya estaba muy enferma,
tenía leucemia en su fase avanzada, ella lo sabía pero a nadie de sus
compañeros o maestro se lo dijo, no le gustaba sentirse diferente. Le di mis
condolencias a su tía quien las aceptó con esa sabiduría de gente sabía de
pueblo, me comentó: - era su maestro preferido, hablaba mucho de usted en todo
momento; llegue a sentirme celosa, ya que aparentemente lo estimaba más que a mí.
En usted veía al padre que nunca conoció, su mamá, mi hermana, me la envío para un tratamiento en
el hospital de la Ciudad de México; al final las transfusiones de sangre a que
era sometida le permitieron vivir un tiempo más -.
Al otro día la acompañamos una gran cantidad de alumnos, padres de familia y
maestros al cementerio civil. Hubo resignación y apoyo solidario.
Nunca
le agradecí en vida su apoyo y confianza, pienso que lo sabía pero debí
decírselo, existen palabras que deben expresarse en voz alta. Ahora gracias a
su ejemplo, me permito hacerlo con la gente con la cual convivo. Una niña
nacida en el estado maravilloso de Oaxaca, al sur de México, le dijo a un hombre
nacido en el norte de la República, que es importante apoyar con la palabra y
la acción a quienes nos rodean. Dos
regiones tan diferentes en usos y costumbres y tan parecidos a la vez. Personas
tan diferentes y tan parecidas a la vez.
Duerme en paz mi niña querida.
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