1 de octubre de 2013

De la necesidad de enseñar y divulgar ciencia

César Labastida Esqueda

Roy Lichteinstein. Paz a través de la química. s/f
La conferencista, a quien  le disgustaba que le dijeran doctora, arrojó sus primeros argumentos en el evento académico sobre proyectos de divulgación y enseñanza de las ciencias que habían organizado los estudiantes más adelantados de la maestría en educación.

El público asistente estaba conformado, en su mayoría, por docentes de preescolar, primaria y secundaria, así que cuando escucharon la ponencia preparada por la doctora que detestaba ese mote, sus rostros delataron la misma ignorancia que critican habitualmente en los alumnos.

Las conjeturas con que la exponente inició el discurso no parecían las hipótesis de un trabajo de investigación ni un reporte provisional de avances. Eran frases más cercanas a una oración en latín o a proposiciones categóricas alrededor de los misterios de la ciencia y la sociedad.

Apoyada por una presentación en power point, la información de la conferencia se complejizaba con la involuntaria intermitencia del micrófono. En la pantalla, iluminada por el proyector, desfilaban las imágenes de las portadas de libros con títulos en inglés y autores desconocidos.

En el clímax de la disertación, una de las asistentes, que demostraba desde el atuendo su filiación al grupo de preescolar, espetó en voz alta:

-¡Uy, no venía preparada para una conferencia en otro idioma!

Por desgracia, la doctora que evadía el alto término académico, no escuchó la queja y continuó con la homilía; ahora haciendo gala de practicidad. La parte teórica había quedado atrás, y presumiendo una transcripción que le había hecho a un grupo de cuarto de primaria durante dos horas de clase, demostró la abundancia de los datos duros que en 62 páginas de un archivo de word pueden quedar fosilizados, y abrumó a la audiencia, en forma despiadada, con las interpretaciones de ese códice digital.

Visiblemente espantada, la educadora de preescolar despidió de nuevo un comentario:

-Si eso es hacer ciencia, yo paso.

El desenlace de la exposición se antojaba cercano, pero aún le faltaba a la conferencista describir todos los procedimientos que validaron las categorías y herramientas que fueron utilizadas para evaluar aquellos instrumentos asépticos, que dieron como resultado la explicación científica del proceso de enseñanza-aprendizaje que ocurrió aquel día, durante dos horas en un salón de cuarto de primaria, mientras realizaban con su maestra actividades didácticas sobre las partes de la flor.

Después de esa disquisición el público quedó un tanto perplejo, sin aliento. Era indudable que una empresa tan compleja sólo la podía llevar a cabo un científico, un doctor en cualquier especialidad de alguna ciencia.

La doctora que rehuía ser llamada doctora se enfiló a las conclusiones y sin ningún recato, socráticamente, finalizó con una pregunta:

-¿Se dan cuenta ahora, queridos profesores, de la necesidad imperiosa de divulgar y enseñar ciencia?

El mutismo generalizado del auditorio confirmó, irrefutable, dicha necesidad.

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