1 de octubre de 2013

La mentada evaluación a los maestros

Alfredo Villegas Ortega

Los resultados obtenidos por México en las evaluaciones internacionales como miembro de la OCDE, señalan, de manera fría, que algo hay que hacer. Eso está claro. Lo que no se ha podido precisar o, más bien, se ha sesgado, son las causas.

Lo más fácil para el gobierno actual ha sido descalificar a los maestros y a las instituciones en las que se forman un buen número de ellos: las escuelas normales. ¿Por qué? Eso no es necesario preguntárselo al secretario de educación, ni menos al presidente de la república. No, por la sencilla razón de que ya han intentado explicarlo, sobre todo el primero, y sus argumentaciones no van más allá de eufemismos, promesas de un futuro brillante y, por ende, así nada más, de la necesidad de reformar la educación.

¿Cómo? Evaluando a los maestros, refundando a las normales. ¿Cómo se va a evaluar? De manera estandarizada. Igual para todos en un país profundamente desigual en el que existen municipios como San Nicolás de los Garza o delegaciones como la Benito Juárez que parecen de otro planeta comparados con Metlaltonoc en Guerrero, cuyo índice de desarrollo humano es comparable con los que tienen los países más pobres de África. ¿Qué maestros van a demostrar mejores resultados? ¿Quiénes estarán en riesgo de perder su empleo? ¿Son justos sus reclamos cuando se encuentran ante la espada de Damocles? ¿Cuáles serían realmente los mejores maestros? ¿Por dónde habría que empezar? ¿Cuánto tendrían que ganar los maestros que trabajan en los municipios más pobres? ¿No se deberían mandar allá a los mejores profesores, con sobresueldos generosos, y cambios reales en la infraestructura (drenaje, trabajo, alimentación, empleo, agua potable, vivienda digna, salubridad, vialidades, escuelas ¡que sean escuelas!) y condiciones de vida de esos pueblos, en la misma lógica médica de que al paciente más grave debe corresponder la atención del galeno más calificado en el mejor hospital?

Pero en este país funciona más la lógica asistencialista que vende la idea de que el pobre está así por su indolencia y pereza y hay que ayudarlo y enseñarle la ruta de la civilización, cuando ha sido ésta la que los ha marginado, cruelmente, de los beneficios que, eventual y sectariamente, deriva. Es curioso el discurso oficial: “Que todos los niños pobres vayan a la escuela”. ¡Eureka! ¡Claro! ¿Y así se acaban los problemas? No. Lo honesto sería, en un auténtico Plan Nacional de Desarrollo, proponerse acciones bien diseñadas, tendientes a erradicar la pobreza, para que el discurso diera un giro de 180 grados y sentenciara: “Que no haya niños pobres para que todos puedan ir a la escuela y estén en condiciones de aprender y en igualdad de oportunidades” para, entonces, sí, evaluar los resultados, aunque siga siendo, esa, una visión parcial, que no resuelve el problema.

Evaluar no es medir. Evaluar significa, entre otras cosas, valorar, apreciar, ponderar. ¿Para qué valorar? Para rectificar, ratificar, promover, establecer, acordar, consensuar y/o, también, pactar, pero con los actores centrales del proceso: los maestros. Son los actores centrales, más no los villanos de la película. Son los actores principales porque en ellos se centra el proceso de enseñanza y, porque desde su labor esforzada y honesta, se puede sembrar conciencia, se debe enseñar a ver el mundo de una manera crítica. Lamentablemente no basta, hay otros factores más profundos que las autoridades ocultan y disfrazan apoyados por grupos de poder y los principales partidos políticos que son la verdadera raíz nefasta que se debería fumigar.

¿Todo está bien en el magisterio? No. Hay muchos maestros que no entienden a cabalidad, la importancia de su labor. Pero eso pasa en todos los ámbitos, y no por ellos, nos justificamos, pero escenarios ideales no existen. Hay malos y buenos médicos, políticos, ingenieros, mexicanos, seres humanos. Lo que sí hay, es una inmensa mayoría de maestros que, históricamente han dado la batalla con un gis, un viejo pizarrón, un magro salario, bancas rotas y niños mal alimentados que encuentran en ellos a sus verdaderos defensores, aunque, en ocasiones tengan que salir a las calles a pelear lo que les quieren arrebatar. Hace falta transformar la educación, toda, pero de raíz y acompañada de cambios sustanciales, en el plano económico, político y social, y que atraviesan por la generación de auténticos acuerdos y participación ciudadana; por la promoción de genuinas plataformas de gobierno que, en realidad, pensaran en un México más justo, solidario, equitativo y libre. Hace falta cambiar el país, todo. Sus hospitales, sus carreteras, sus políticos, su congreso, sus indignantes diferencias, su forma de promover cambios auténticos. No nos negamos a ser evaluados, si antes se nos dice que es parte de una nueva cultura promotora de cambios y no de corte de cabezas; no nos negamos si se nos dice que esa nueva cultura empieza por evaluar a los evaluadores y diseñadores de las pésimas políticas sociales y económicas que tienen postrado al país, todo, y no sólo por culpa de los ‘maestros flojos’. No nos negamos, si la evaluación va acompañada de una verdadera reforma educativa, consultada y trabajada con varios actores calificados, en cuyo primer lugar están los maestros. Lo que han venido mentando como la ruta al paraíso no es más que una reforma laboral que atenta contra los derechos de los maestros ¿Qué otro gremio, en esas condiciones, se quedaría con los brazos cruzados? ¿Cuáles son las líneas pedagógicas de la reforma del Lic. Chuayfett? ¿Alguien cree que él podría soportar trabajar una semana en una primaria de la sierra de Puebla, por ejemplo, para que, en un verdadero aprendizaje situado, se diera cuenta de que lo que dice es mera retórica? ¿Ya sabrá cuánto gana un maestro en esas zonas? Antes, todo será discurso para que las familias más ricas del país sigan expoliando y arrasando con todo lo que se pueda, y para escudar en los maestros, como el flanco más vulnerable y expuesto las pifias, corruptelas e incompetencias de gobiernos que van y vienen, y ellos sí, sin que nada cambie, en la más pura expresión parmenideana.

¿Por dónde empezamos licenciado? ¿Nos evaluamos todos? A usted ya lo estamos evaluando, y no con exámenes estandarizados, sino bajo el escrutinio de la sociedad y en el horizonte implacable de la historia que habrá de colocarlo en el lugar que le corresponda. Acuérdese evaluar es valorar todo el proceso; eso estamos haciendo; no somos injustos, no lo evaluamos con un sólo instrumento, porque eso es, simplemente, medir. No creemos que apruebe. A lo mejor es otro el que pierde su empleo. Piense, hable con los interlocutores adecuados, lea con mucho cuidado la realidad, el malestar y los movimientos sociales que están despertando; la cuerda ya no se puede seguir tensando; y es que, sus decisiones pesan, esas sí y mucho, en las malas condiciones de vida de ese ‘pueblo bueno’ al que dicen defender de los ‘maestros malos’.

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