Fidel Silva Flores
Georges Braque. Casas en L'Estaque |
Lo conocí hace muchos años, era un hombre de avanzada
edad, las canas y las arrugan configuraban su rostro macizo de hombre de campo;
su sonrisa espontánea, marcaba mas su fisonomía curtida por la intemperie. Era un hombre que en sus
buenos tiempos cultivó la tierra de sus ancestros,
arreó las vacas y a sus borregos
por los campos de su provincia querida; estas actividades nunca se
interpusieron en su juventud con sus estudios normalistas en la gran ciudad;
tomaba el camión de las 5:30 de la mañana para llegar a tiempo a sus estudios; nunca reprobó una materia en sus años de estudiante pese a que
trabajaba en los apoyos del campo. Regresaba a su casa a las cuatro de la tarde
para ser alimentado por la comida preparada por su madre; sus hermanos acompañaban sus momentos de vida;
conocía los nombres de todos los
habitantes de su comunidad; se saludaban con el afecto de viejos camaradas;
eran tiempos en donde los jóvenes respetaban a los
mayores, tenían los conocimientos
transmitidos por las viejas generaciones; el usted era el término mas utilizados en sus relaciones sociales. La
comunidad cuidaba su ambiente, se plantaban árboles de manera recurrente, para suplir los utilizados
manejando el excedente de “tiras uno, plantas dos”; se rotaban
cultivos para no agotar los elementos indispensables del suelo. Todo se
reciclaba; el abono obtenido de los animales herbívoros se regresaba al campo de inmediato; se cuidaba el
agua del arroyo cercano. Los chilares, los cultivos de fríjol, maíz, verduras, etc. menudeaban a lo largo y ancho de sus
vidas. El aire transportaba momentos de vida vegetal y animal. Los niños jugaban al aire libre, con sus tiempos “sobrados”. Los trompos, el bote pateado,
los yo-yos, los encantados, el fútbol, los “burros entamalados”, las “cebollitas”, las canicas, los tacones, etc. llenaban sus vidas de
movimiento y ejercicios permanentes. Existían terrenos y espacios en donde “las cascaritas” futboleras y las persecuciones
de amigos eran tareas recurrentes. Existían pocos niños con sobrepeso.
Comentaba en voz alta - nunca nos sentimos
pobres, aunque lo fuéramos ya que teníamos a nuestro alcance lo indispensable -. Como ahora se
dice, cultivaban alimentos orgánicos y los excedentes, leche,
carne y huevos, se comercializaban en la
lejana ciudad-. En los árboles prosperaban los pájaros; las mariposas
y golondrinas, llegaban a tiempo. El clima era cálido con tintes azul claro en el cielo. Las letrinas se hacían conforme a las enseñanzas de gente informada.
Era un hombre de los “de antes” que llegaba bien alimentado y
vestido a su escuela, su esposa hacia caso a su progenitora en donde el estómago es un elemento a cuidar para que el “viejo” llegara al hogar todos los días a temprana hora. Sus hijos respetaban sus costumbres y forma de vida. Nunca fumó y el alcohol le generaba alergias recurrentes por lo cual
fue eliminado de su dieta; en los años en los cuales compartimos
el trabajo docente nunca le conocí algún afecto extramatrimonial. Le gustaba ser padre, esposo
y maestro.
Un día, de hace tres años, llegó cansado a sus labores docentes, se encontraba exhausto, el
maestro, que en ese momento estudiaba una maestría en Educación Ambiental, quería llorar, las lágrimas pugnaban por no abandonar sus ojos; en el
laboratorio, lleno de plantas vivas , se encontraba en su elemento pero en ese
instante, se encontraba extrañamente solo, sin alumnos que lo rodeaban como al viejo sabio
que era. Su cuerpo despedía un fuerte olor a leña quemada; lo confirmó: el cerro en donde la
comunidad había plantado y cuidado sus árboles, no era propiedad de
ellos, había sido vendido a un
particular. En la noche previa se desató un incendio misterioso en
donde los bomberos cuidaron con esmero para que el fuego no alcanzara las casas
cercanas, era peligroso adentrarse en los árboles y por ello protegieron
a las personas para que no se acercaran con sus cubetas y mangueras a
resguardar la vida vegetal; el bosque dejó de serlo en esa madrugada.
Mujeres y hombres curtidos por la vida, lloraron sin avergonzarse. Varios árboles llevaban el nombre de
sus hijos, de sus amores, de sus tiempos; pequeñas casas de madera para las ardillas y pájaros que se encontraban en sus ramajes, estaban quemados; los senderos, en donde la comunidad se
adentraba en su interior para realizar actividades físicas y respirar
aire fresco, estaban quemadas; extrañamente, el fuego no se
dispersaba de manera irregular, la hacía en formas cuadradas o
rectangulares, ; Encontró en ese lugar, en personas
extrañas, a caras conocidas que habían estado en sus salones de clase en Biología en donde enseñaba a cuidar a la naturaleza.
Esos rostros ahora se escondían ante su mirada. Se prohibió a partir de ese momento ingresar a la propiedad particular
para proteger el monte de rufianes que
incendian la vida vegetal y animal.
Otro día, de otro año cercano, se ofrecieron
terrenos y casas a precios millonarios, la ciudad alcanzó al pueblo de sus orígenes. Se construyeron, en forma
acelerada, conjuntos habitacionales y avenidas para ayudar a los automotores a
su rápido ingreso. El monte ahora
ostenta bonitas casas y centros comerciales de avanzada.
A varios
lugareños les fue comprada su
propiedad a precios bajos y revendida a precios altos; Muchas casas orgullosas
fueron arrasadas por el progreso y se erigieron construcciones de varilla y
concreto; las contribuciones, la electricidad y la vigilancia, subieron de manera alarmante al igual que el agua y el predial.
Los habitantes originarios se vieron obligados a abandonar su tierra nativa;
nuevas caras con costumbres y “pareceres” diferentes
emergieron de manera recurrente.
Las costumbres de pueblo por fin están despareciendo; los nuevos habitantes traen hábitos y orígenes diferentes; no existe el
saludo cortés entre los habitantes; los
ancianos ya no son considerados como portadores de sabiduría de antaño y amenazan con edificar un asilo para “guardarlos” de manera adecuada. Los hijos
consideran a sus padres como “pasados de moda” y no guardan sus consejos y enseñanzas para el futuro. El
campo trastocó sus costumbres, ya no hay
tierra para cultivar, los animales y las personas ya no pasean por las calles
sin pavimentar; ahora los sistemas de agua, drenaje y banqueta muestran el
progreso vigente; las casas y caminos muestran el asfalto y el concreto de
buenos vecindarios; Las cabezas, protegidos por sombreros de palma y rebozos
han sido suplidos por “cachuchas” modernas y peinados actuales. Los remolques y viejas
camionetas desvencijadas han sido suplidos por automotores modernos; varios
propietarios de gran estatura y colores claros,
están atados por treinta años al pago de sus casas; los automóviles modernos pertenecen a las agencias y a los bancos; se
pagan en tres cuatro y hasta seis años en incómodas mensualidades; la tarjeta de crédito se utiliza para pagar la comida que diariamente se
consume; a las escuelas particulares llegan alumnos bien vestidos; el baño diario es obligatorio; los cosméticos y las buenas computadoras acompañan sus existencia; En una semana gastan el dinero que un poblador nativo
utilizaba en todo el año. Los costosos juegos electrónicos se guardan en casa para jugar a solas. Varios jóvenes tienen sobrepeso por ejercitar de manera
constante los pulgares de sus manos
en enfrentamientos “cara a cara” con los juegos electrónicos de video.
Ya no se
come en casa, las ocupaciones no lo permiten; los restaurantes están llenos de mujeres y hombres quienes comparten sus vidas
al calor de comida cocinada por extraños. La soledad se respira
junto a los ancianos que comen y viven entre ellos. Las casas están protegidas por bardas altas y los alambrados y centrales
de alarma protegen a sus habitantes que tienen que introducirse en su colonia
previa identificación y pasando por vallas de púas, como en campos
de concentración. Los sistemas electrónicos de vigilancia están vigentes. Están presos en sus buenas casas;
no pasean por las calles con la confianza que antes se daban sus
habitantes; existen camiones
escolares guiadas o escoltados por policías con uniformes o disfrazados de civiles. Existe miedo en
cada hogar que se visita. El secuestro
humano existe al igual que el robo. El saludo se restringe a los pocos
conocidos cercanos. El temor inunda a varios hogares.
Ayer el
profesor de la sonrisa amigable me invitó a su hogar; pasamos por los
retenes de vigilancia para llegar a su espacio pintada de blanco con un
guardapolvo azul, como las casas de antaño. Cocinamos vegetales y carne en su pequeño jardín comunal; me muestra sus plantas y árboles con sus respectivos nombres; orgulloso, me presume
sus tiempos de cultivo y como los pájaros consumen sus frutos y
agua que les coloca en varios recipientes; el asador se encuentra lleno de
alimentos y ocupamos parte de nuestro
tiempo en alimentarnos. El cielo se observa gris y el aire contaminado irrita
nuestros ojos. Estamos solos, nuestros hijos y esposas están en sus respectivas ocupaciones y espacios.
Observamos desde su lugar como la gente de afuera no
vive de manera adecuada; viven y
trabajan de manera estresante; no
disfrutan estos pequeños grandes momentos de solaz
esparcimiento.
Posiblemente
mañana se encuentre estrenando el
nuevo asilo de la comarca; está a punto de ser inaugurado.
Sus paredes están pintadas de blanco con un guardapolvo azul,
como las casas de antaño.
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