5 de julio de 2013

El cuento de un viejo maestro de educación ambiental

Fidel Silva Flores

Georges Braque. Casas en L'Estaque
Lo conocí hace muchos años, era un hombre de avanzada edad, las canas y las arrugan configuraban su rostro macizo de hombre de campo; su sonrisa espontánea, marcaba mas su fisonomía curtida por la intemperie. Era un hombre que en sus buenos tiempos cultivó la tierra de sus ancestros, arreó las vacas y a sus borregos por los campos de su provincia querida; estas actividades nunca se interpusieron en su juventud con sus estudios normalistas en la gran ciudad; tomaba el camión de las 5:30 de la mañana para llegar a tiempo a sus estudios; nunca reprobó una materia en sus años de estudiante pese a que trabajaba en los apoyos del campo. Regresaba a su casa a las cuatro de la tarde para ser alimentado por la comida preparada por su  madre; sus hermanos acompañaban sus momentos de vida;  conocía los nombres de todos los habitantes de su comunidad; se saludaban con el afecto de viejos camaradas; eran tiempos en donde los jóvenes respetaban a los mayores, tenían los conocimientos transmitidos por las viejas generaciones; el usted era el término mas utilizados en sus relaciones sociales. La comunidad cuidaba su ambiente, se plantaban árboles de manera recurrente, para suplir los utilizados manejando el excedente de tiras uno, plantas dos;  se rotaban cultivos para no agotar los elementos indispensables del suelo. Todo se reciclaba; el abono obtenido de los animales herbívoros se regresaba al campo de inmediato; se cuidaba el agua del arroyo cercano. Los chilares, los cultivos de  fríjol, maíz, verduras, etc. menudeaban a lo largo y ancho de sus vidas. El aire transportaba momentos de vida vegetal y animal. Los niños jugaban al aire libre, con sus tiempos sobrados. Los trompos, el bote pateado, los yo-yos, los encantados, el fútbol, los burros entamalados,  las cebollitas, las canicas, los tacones, etc. llenaban sus vidas de movimiento y ejercicios permanentes. Existían  terrenos y espacios en donde las cascaritas futboleras y las persecuciones de amigos eran tareas recurrentes. Existían pocos niños con sobrepeso.

 Comentaba en voz alta - nunca nos sentimos pobres, aunque lo fuéramos  ya que teníamos a nuestro alcance lo indispensable -. Como ahora se dice, cultivaban alimentos orgánicos y los excedentes, leche, carne y huevos,  se comercializaban en la lejana ciudad-. En los árboles prosperaban los pájaros;  las mariposas y golondrinas, llegaban a tiempo. El clima era cálido con tintes azul claro en el cielo. Las letrinas se hacían conforme a las enseñanzas de gente informada.

 Era un hombre de los de antes que llegaba bien alimentado y vestido a su escuela, su esposa hacia caso a su progenitora en donde el estómago es un elemento a cuidar para que el viejo llegara al hogar todos los días a temprana hora. Sus hijos respetaban  sus costumbres y forma de vida. Nunca fumó y el alcohol le generaba alergias recurrentes por lo cual fue eliminado de su dieta; en los años en los cuales compartimos el trabajo docente nunca le conocí algún afecto extramatrimonial. Le gustaba ser padre, esposo y  maestro.

Un día, de hace tres años, llegó cansado a sus labores docentes, se encontraba exhausto, el maestro, que en ese momento estudiaba una maestría en  Educación Ambiental, quería llorar, las lágrimas pugnaban por no abandonar sus ojos; en el laboratorio, lleno de plantas vivas , se encontraba en su elemento pero en ese instante, se encontraba extrañamente solo, sin  alumnos que lo rodeaban como al viejo sabio que era. Su cuerpo despedía un fuerte olor a leña quemada; lo confirmó: el cerro en donde la comunidad había plantado y cuidado  sus árboles, no era propiedad de ellos, había sido vendido a un particular. En la noche previa se desató un incendio misterioso en donde los bomberos cuidaron con esmero para que el fuego no alcanzara las casas cercanas, era peligroso adentrarse en los árboles y por ello protegieron a las personas para que no se acercaran con sus cubetas y mangueras a resguardar la vida vegetal; el bosque dejó de serlo en esa madrugada. Mujeres y hombres curtidos por la vida, lloraron sin avergonzarse. Varios  árboles llevaban el nombre de sus hijos, de sus amores, de sus tiempos; pequeñas casas de madera para las ardillas y pájaros que se encontraban en sus ramajes, estaban quemados;  los senderos, en donde la comunidad se adentraba en su interior para realizar actividades físicas y  respirar aire fresco, estaban quemadas; extrañamente, el fuego no se dispersaba de manera irregular, la hacía en formas cuadradas o rectangulares, ; Encontró en ese lugar, en personas extrañas, a  caras conocidas que habían estado en sus salones de clase en  Biología  en donde  enseñaba a cuidar a la naturaleza. Esos rostros ahora se escondían ante su mirada. Se prohibió a partir de ese momento ingresar a la propiedad particular para proteger el monte de  rufianes que incendian la vida vegetal y animal.

Otro día, de otro año cercano, se ofrecieron terrenos y casas a precios millonarios, la ciudad alcanzó al pueblo de sus orígenes. Se construyeron, en forma acelerada, conjuntos habitacionales y avenidas para ayudar a los automotores a su rápido ingreso. El monte ahora ostenta bonitas casas y centros comerciales de avanzada.

A varios lugareños les fue comprada su propiedad a precios bajos y revendida a precios altos; Muchas casas orgullosas fueron arrasadas por el progreso y se erigieron construcciones de varilla y concreto; las contribuciones, la electricidad y la vigilancia,  subieron de manera  alarmante al igual que el agua y el predial. Los habitantes originarios se vieron obligados a abandonar su tierra nativa; nuevas caras con costumbres y pareceres diferentes  emergieron de manera recurrente.

 Las costumbres de pueblo por fin están despareciendo; los nuevos habitantes traen hábitos y orígenes diferentes; no existe el saludo cortés entre los habitantes; los ancianos ya no son considerados como portadores de sabiduría de antaño y amenazan con edificar  un asilo para guardarlos de manera adecuada. Los hijos consideran a sus padres como pasados de moda y no guardan sus consejos y enseñanzas para el futuro. El  campo trastocó sus costumbres, ya no hay tierra para cultivar, los animales y las personas ya no pasean por las calles sin pavimentar; ahora los sistemas de agua, drenaje y banqueta muestran el progreso vigente; las casas y caminos muestran el asfalto y el concreto de buenos vecindarios; Las cabezas, protegidos por sombreros de palma y rebozos han sido suplidos por cachuchas modernas y peinados actuales. Los remolques y viejas camionetas desvencijadas han sido suplidos por automotores modernos; varios propietarios de gran estatura y colores claros,  están atados por treinta años al pago de sus casas; los automóviles modernos pertenecen a las agencias y a los bancos; se pagan en tres cuatro y hasta seis años en incómodas mensualidades; la tarjeta de crédito se utiliza para pagar la comida que diariamente se consume; a las escuelas particulares llegan alumnos bien vestidos; el baño diario es obligatorio; los cosméticos y las buenas computadoras acompañan sus existencia; En una semana  gastan el dinero que un poblador nativo utilizaba en todo el año. Los costosos  juegos electrónicos se guardan en casa para jugar a solas. Varios jóvenes tienen sobrepeso por ejercitar de manera constante  los pulgares de sus manos en  enfrentamientos cara a cara con los juegos electrónicos de video.   

 Ya no se  come en casa, las ocupaciones no lo permiten; los restaurantes están llenos de mujeres y hombres quienes comparten sus vidas al calor de comida cocinada por extraños. La soledad se respira junto a los ancianos que comen y viven entre ellos. Las casas están protegidas por bardas altas y los alambrados y centrales de alarma protegen a sus habitantes que tienen que introducirse en su colonia previa identificación y pasando por vallas de púas, como en  campos de concentración. Los  sistemas electrónicos de vigilancia están vigentes. Están presos en sus buenas casas; no pasean por las calles con la confianza que antes se daban sus habitantes;  existen camiones escolares  guiadas o escoltados por policías con uniformes o disfrazados de civiles. Existe miedo en cada hogar que se visita. El secuestro  humano existe al igual que el robo. El saludo se restringe a los pocos conocidos cercanos. El temor inunda a varios hogares.
 

Ayer el profesor de la sonrisa amigable me invitó a su hogar; pasamos por los retenes de vigilancia para llegar a su espacio pintada de blanco con un guardapolvo azul, como las  casas de antaño. Cocinamos vegetales y carne en su pequeño  jardín comunal; me muestra sus plantas y árboles con sus respectivos nombres; orgulloso, me presume sus tiempos de cultivo y como los pájaros consumen sus frutos y agua que les coloca en varios recipientes; el asador se encuentra lleno de alimentos y ocupamos parte de  nuestro tiempo en alimentarnos. El cielo se observa gris y el aire contaminado irrita nuestros ojos. Estamos solos, nuestros hijos y esposas están en sus respectivas ocupaciones y espacios.

Observamos  desde su lugar como la gente de afuera no vive de manera adecuada; viven y  trabajan de manera estresante;  no disfrutan estos pequeños grandes momentos de solaz esparcimiento.


Posiblemente mañana se encuentre estrenando el nuevo asilo de la comarca; está a punto de ser inaugurado. Sus paredes están  pintadas de blanco con un guardapolvo azul, como las casas de antaño.

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