5 de julio de 2013

Autoritarismo en Miel de naranjas

Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán

Fotograma de Miel de naranjas
Un profesor de la Universidad Francisco de Vitoria, nos comentó en una comida —hace casi un lustro— que no veía cine español por ser monotemático: sólo habla de la guerra civil española, afirmó cortante. Nos pareció un exceso y un desperdicio; habiendo autores como Bigas Luna, León de la Aranoa, Fernando Trueba, Alejandro Amenábar, Eduard Cortés o el mismísimo Almodóvar (para no citar una larga lista) que cubrían una amplia gama de asuntos y tiempos, y además perderse por eso una cinematografía reconocida en todo el mundo, en las últimas décadas. No comentamos nada por prudencia.

Sin embargo, hay que reconocer que sin ser el tema único el cine español regresa al asunto con cierta frecuencia. Ejemplos como la Lengua de las Mariposas ( Cuerda J.L: 1999); Las trece rosas ( Martínez Lázaro: 2007);Soldados de Salamina (Trueba D: 2002); El Lápiz del carpintero (Reixa A: 2002); la notable co-producción México-española El laberinto del Fauno (Del Toro: 2006), y Los girasoles ciegos (Cuerda J.L. 2008) seguido de un considerable etcétera. Casi todas inspiradas en muy relevantes obras literarias españolas previamente publicadas.

Pero también en descargo, hay que reconocer que este fenómeno de recuperar el hecho histórico clave que se abre como una cicatriz que no cierra en términos fílmicos o históricos sobre esta parte del tercer mundo, ha sido frecuente en Iberoamérica. Se regresa una y otra vez a acontecimientos como la revolución o algunos movimientos sociales o políticos en el México del siglo XX; las dictaduras militares en el cine de Argentina o Brasil o al golpe de estado de 1973 en Chile. O las diversas formas de marginación, migración, delincuencia, violencia y pobreza que aparecen por todos lados en las emergentes filmografías de Centroamérica, Colombia, Perú, Cuba, Ecuador, Venezuela o Bolivia. A reserva de profundizar en los porqués de esta recuperación (obsesión) temática en los films de América Latina, en próximos artículos, adelantamos que el sol no se tapa con un dedo y el hecho fílmico, no está desligado, como resulta evidente del contexto social y de lo que lo define para bien o mal.

Por lo anterior celebramos la llegada de la película Miel de naranjas (Uribe Imanol, España y Portugal: 2012), que en estricto no transcurre de 1936 a 1939 —periodo de la guerra armada de la citada guerra civil— sino dos lustros después; ya iniciada la quinta década del siglo XX en España. Y el tema no es la propia guerra, ni sus repercusiones, sino el autoritarismo: el poder que emana de él, lo absurdo, arbitrario e implacable en que se puede convertir una situación así. La cinta también aborda las diversas formas de resistirse al poder en contextos autoritarios.

En Andalucía, a principio de los cincuenta, Enrique realiza el servicio social como escribiente del General Eladio. Su trabajo se concreta a trasladar una vieja y pesada máquina de escribir al lugar en el que se lleva a cabo un juicio militar contra alguien que hay que eliminar ya sea por acciones contra el régimen de Franco o para dar lecciones fusilando inocentes. Enrique aporrea la máquina por dictado del General, solo para fingir que se están redactando las conclusiones de un juicio, en el que el culpable ya lo era mucho antes del inicio del mismo. Así es la marca de la casa del autoritarismo. El derecho a defenderse es solo una apariencia, funciona como una máscara que poco oculta.

La trama se va complicando porque Enrique es novio de Carmen, sobrina favorita del General, que se empeña en ser padrino de la boda. Por lo que les regala una casa recuperada de algún sacrificado. Gira otra vez el film cuando Enrique es reclutado por la resistencia y notará que hasta quién menos piensa está involucrado en este movimiento, demostrando que la realidad siempre tiene diversos grados de profundidad.

El título alude al nombre clave de una de las mujeres comprometidas con este movimiento y también a la madre de Enrique, recluida en un hospital psiquiátrico, la cual juega con unas naranjas -su única posesión – como metáfora de la familia que ha perdido y de la que le queda.

La película nos alerta sobre el autoritarismo y sus disfraces de bondad, que suelen aparecer después de movimientos bélicos.

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